
Cuando el cometario llegó a mis oidos, rompió la calma en mi interior. Trastornó mi mundo y mis pensamientos.
En el transcurso de un segundo empecé a sentirme sin fuerzas, luego creí deslizarme en un vacio interminable y oscuro.
Al rato caí al suelo. Al ponerme de pie sentí un dolor inmenso, pero no físico, sino interno. Quice levantarme. Me costó.
Lo hice. Decidí salir a tu encuentro. Mientras caminaba todos me miraban. A mi no me importaba. Sólo quería encontrarte. Alguien me habló. No le presté atención. Sólo quería tenerte frente a frente. Entonces pasó. Te encontré. Te enfrenté.
No obtuve respuesta. Quice tocarte, pero mi sentido del tacto no existía. Quice hablarte y mi voz no salía. Entonces entendí. Estaba muerta para ti, aunque viva para el resto del mundo. Era insólito. Yo era como un fantasma ante tus ojos.
Me preocupé. Me desesperé. Te grité. Luego me di cuenta que no importaba cuanto hiciera, era inútil.
Tu no podías escucharme. Pensé. Por alguna razón había merto para ti. Entonces decidí matarte para mi, así los dos estaríamos muertos para nosotros. Como no podía tocarte, cerré los ojos y de manera rápida te asesiné.
Cuando abrí los ojos, ya no te vi. Funcionó, me dije. Ahora puedo seguir adelante sabiendo que ya no existes, al menos para mi.


