Con entusiasmo caminaba por la grandiosa ciudad de piedra. Aquella, poseedora de inmensas estatuas sin vida ni sentimientos, pero con una indiscutible capacidad para deslumbrar.Había escuchado que existía una estatua en el centro de la ciudad que era la más grande y espectacular de todas. Llegué hasta donde estaba. La observé desde los pies hacia arriba, hasta llegar a los ojos, los cuales miré por unos instantes. Vi como en ellos se encendió un brillo peculiar, mientras todo su cuerpo de piedra fue cobrando vida. Yo, inmóvil, sólo podía contemplar aquel increible espectáculo.
Cuando su cuerpo ya era como el de un humano, se acercó a mi y me besó. Fue un beso cálido y tierno con el cual ganó mi confianza. Caminamos mientras me contaba cómo era la vida de una estatua de piedra. Me habló de la frialdad, de vivir sin sentimiento alguno. Sentí lástima por él. Me abracé a su pecho sólo para descubrir que su corazón no emitía ningún sonido. ¡No se escuchaban latidos!
Al darme cuenta del engaño, decidí dejarlo continuar su teatro y descubrir sus verdaderas intenciones.
Seguimos caminando mientras continuaban las historias sobre su amarga vida de piedra. De pronto me abrazó y sin darse cuenta de mis sospechas, sacó una daga. yo, como estaba en alerta, tuve tiempo de quitársela y sin pensar en lo que ocurriría, razgué su pecho. ¡Fue increible lo que vi!, ¡era un disfraz! una copia barata de piel humana, la cuál se desparramó en el suelo dejando al descubierto su cuerpo de piedra. Intentó decirme que todo lo había hecho por conseguir ser un verdadero humano, algo que sólo podía lograr derramando sangre humana. Tomé la palabra y le grité: ¡vuelve a ser de piedra!
... y en ese momento su cuerpo fue perdiendo poco a poco el movimiento que le quedaba, mientras yo, a su vez, perdía la poca fe que tenía.
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